«He vivido en el campo mexicano durante una década y media y he sido testigo del progresivo colapso del tejido social. Tengo dos hijos y me imagino, medio soñando, a través de la niebla, la vida cotidiana de los padres con hijos asesinados o desaparecidos, lo cual es suficiente para traerme la más oscura de las tristezas. Pasé un año en el proceso de casting hablando con gente del pueblo donde vivo. Conocí a una familia que, en el pasado, había secuestrado a un hombre y lo mantuvo en su propia casa. Mientras tanto, el padre se dedicaba a su trabajo como taxista y amaba a sus hijos. Los niños seguían yendo a la escuela, su madre trabajaba duro en casa… la vida continuaba. Uno de los chicos, de 16 años, coqueteaba con el mundo criminal. Pero también le gustaba bailar y ayudaba a su madre en cada tarea. La familia era generosa con sus vecinos, jugaba fútbol con la comunidad y asistía a fiestas. La bondad de corazón parecía ser su cualidad central. Necesitaban más dinero, me dijeron. México es como un Dios con muchas caras y la misma cantidad de contradicciones. Esta película trata sobre lo que llevamos dentro después de años y años de acumular, en nuestra mente y en nuestros sueños, infinitas imágenes de tortura. Mapas de fosas clandestinas, rostros de desaparecidos, homicidios de hombres y mujeres por igual. Mi deseo es reflejar esta herida espiritual y su dimensión psicológica, que no se ve. Veo esta película como un collage que revela un universo de personajes que, sin saberlo, contribuyen, como víctimas o perpetradores activos, a este ciclo de villanía. Esto está arraigado en su dinámica social, una parte de su realidad diaria. Las tres protagonistas femeninas manifiestan esta acumulación inconsciente de impotencia, miedo o culpa. Vienen de universos diferentes, pero sus caminos están unidos por una mujer desaparecida.» –Natalia López Gallardo Ocotitlán, México / Enero 2022 |